Como siempre, yo escribiéndole a usted, tan lejana, tan indiferente.
La verdad
es que no sé cómo se me metió usted tan adentro,
no recuerdo si estaba consciente, solo sé que su voz se quedó anclada en mis costas,
su gesto impasible se me atravesó entre los ojos y la vida, a partir de ahí, me convertí en testigo de su verdad.
Le obsequié la última luna llena y en mis sueños más intrépidos, me atreví a cantarle esta canción, al ritmo de las olas de una concha de caracol:
no recuerdo si estaba consciente, solo sé que su voz se quedó anclada en mis costas,
su gesto impasible se me atravesó entre los ojos y la vida, a partir de ahí, me convertí en testigo de su verdad.
Le obsequié la última luna llena y en mis sueños más intrépidos, me atreví a cantarle esta canción, al ritmo de las olas de una concha de caracol:
Quiero
nacer en sus horas para acompañarle las soledades,
para darle
dulces agonías en las noches,
pasearme por
la curva de su nuca y, si me lo permite,
ser la
ermitaño de su sonrisa.
Quiero ser árbol
de fruta madura en la tierra fértil de sus manos, para ser en todo lo que toca
y acostarme siempre a la sombra de una caricia suya.
Quiero construirme una barca para navegar por su piel elegante,
Quiero construirme una barca para navegar por su piel elegante,
seda
infinita,
naufragar
por fin en el mar de mis males,
sumergirme
en la protagonista de mi deseo errante.
Quiero
traer a sus playas la brisa del verano que me acaricia la cara,
para que le
bese los párpados y para que le contagie esta sed,
esta ansia
de sus manos en mi cintura,
pero, sobre todo, para morir a su lado en un instante amarillo de dicha.
pero, sobre todo, para morir a su lado en un instante amarillo de dicha.