lunes, 21 de septiembre de 2015

La barca encallada




Como siempre, yo escribiéndole a usted, tan lejana, tan indiferente.

La verdad es que no sé cómo se me metió usted tan adentro,
no recuerdo si estaba consciente, solo sé que su voz se quedó anclada en mis costas,
su gesto impasible se me atravesó entre los ojos y la vida, a partir de ahí, me convertí en testigo de su verdad.
Le obsequié la última luna llena y en mis sueños más intrépidos, me atreví a cantarle esta canción, al ritmo de las olas de una concha de caracol:

Quiero nacer en sus horas para acompañarle las soledades,
para darle dulces agonías en las noches,
pasearme por la curva de su nuca y, si me lo permite,
ser la ermitaño de su sonrisa.
Quiero ser árbol de fruta madura en la tierra fértil de sus manos, para ser en todo lo que toca y acostarme siempre a la sombra de una caricia suya.
Quiero construirme una barca para navegar por su piel elegante,
seda infinita,
naufragar por fin en el mar de mis males,
sumergirme en la protagonista de mi deseo errante.

Quiero traer a sus playas la brisa del verano que me acaricia la cara,
para que le bese los párpados y para que le contagie esta sed,
esta ansia de sus manos en mi cintura,
pero, sobre todo, para morir a su lado en un instante amarillo de dicha.

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