Hoy en medio del ocaso, el sol salió de entre las
nubes para dejarme una caricia diaria, corta pero sustanciosa, cómo hablan las
flores de la lluvia.
Está latente en mis labios, húmeda,
silenciosa y duradera. Cómo para que nadie escuche, solo tú, yo y nuestro beso
aquí cautivo.
Nuestras bocas sedientas y
ansiosas de tantos momentos rebuscados, momentos cortos, dulces y a la vez
salados que nos mueven las semanas en torno a algo que no tiene nombre, que no
tiene sentimientos ni pesares, solo aventuras.
Es bello esperarte, comer y
esperar a que ilumines mi estancia, a que llegues y nos miremos con ganas, con
incesante espera.
Es lindo desear, observar,
admirar lo que debe ser carnal y tratar de quedarme ahí. A veces simplemente me
da hambre de ti, y entonces te pido o te robo momentos intrépidos.
A veces simplemente eres luz que
entra por mi ventana y me ciegas. Y entonces rememoro como me ciegas en ese
recuerdo donde mi cama te cubre como espuma, envolviéndote en tu estado más
puro y venusino, mientras soy naufrago de tus ojos.
Luego ya no sé nada, solo sé que
quiero ser un momento lleno de esa fuente que es tu boca y que se seca un poco
tras cada beso, hacer valer la futura escasez de caricias o la futura
abundancia de amores.
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