jueves, 8 de marzo de 2018

Con tu piel en los dedos

Hello,



En este día de la mujer, no tengo nada más que regalarles a ustedes, cómplices, amigas y amantes, que una publicación más basada en una de ustedes, ángeles de una primavera que se queda todo el año.


¿De qué tamaño es tu playa?
La verdad no lo sé y no me importa.
¿Qué valor tienen tus granos de arena?
La verdad no lo sé y tampoco me importa.
Solo sé que hay muchos cristales de mar en la playa, pero mi corazón solo quiere una esmeralda.
Estoy en la playa, tus arenas me ensucian los zapatos y he perdido el ánimo de limpiarlos.
Por eso, estos días ando por la vida con los zapatos sucios y la camisa blanca que hacías tuya al mirarme.
Porque yo era tuyo por tu mirada y lloro porque nunca lo supe, nunca te reconocí más que como un cristal de mar cualquiera.
Ahora ya no te veo brillar al sol en las mañanas, y por eso ahora me visto sin sentirte.
He intentado despensarte, o desbaratarte como a un bolsillo de mi camisa, como a un recuerdo que se quedó.
Pero ahora tu brillo no es más que ego, más que orgullo y te mentiría si te dijera que odio que finjas no darte cuenta de mi presencia.
Podría pegarme de las razones que ya tengo y de tus gestos para esperarte.
El sol me dice: "espera que ella estará contigo", y yo solo me desespero porque me mires a los ojos y por fin, seas directa.
Porque aunque nunca repitas la ropa, yo solo quiero ser un bordado que adorne tu camisa, un collar de plata que te adorne el cuello, un caramelo con la intención de tu boca.
Y aunque mi camisa blanca me cubra el cuerpo y este cuerpo improvise tocando otras playas, otros cuerpos que han sido el tuyo, solo puedo sentir tu piel enmascarándome las puntas de los dedos.
Entonces tu piel que es mi piel está en toda playa que toco, en cada latir de las olas, y en cada emoción transparente de este cuerpo lleno de cicatrices que ya no duelen pero que no sanan.
Y tus besos que se esconden de mis heridas tienen el poder de coserme el alma y llenarla de música clásica, de hacerme bailar un Satie al son del salitre marino.
Te invitaría entonces a nadar danzantes entre Tiersen y Ludovico, mientras me cuentas con sonrisas y lágrimas de tu humanidad.
Y así vivirte un poco y vivirnos mucho.
Ser sin tener que vivir pensando en que en realidad cada día, me encontraré con tu ausencia y con esta tristeza de vos.

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